LA IGLESIA DE HUACHO
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¿Es Cristo Tu Señor?
A.W. Pink
No preguntamos si Cristo es tu SALVADOR, sino que si Él en verdad es tu SEÑOR, si no lo es, entonces no puede ser tu Salvador. Aquellos quienes no han recibido a Cristo Jesús como su “Señor”, y aun así lo consideran como su “Salvador,” están engañados, y su esperanza esta edificada sobre cimientos de arena. Multitudes de personas están engañadas sobre este punto tan vital y por consiguiente, si el lector aprecia su alma, le imploramos que preste mucha atención a la lectura de este corto escrito.

Cuando preguntamos, ¿Es Cristo tu Señor? No buscamos averiguar si crees en la Deidad de Jesús de Nazaret, ¡Los demonios hacen eso y aun así perecen! (Mat. 8:28-29) Puedes estar muy convencido de la Deidad  de Cristo, y aún estar en tus pecados. Puedes hablar de Él con mucha reverencia y llamarle por sus títulos divinos en tus oraciones y aún así no ser salvo. Puede ser que abomines a aquellos que menosprecian Su persona y niegan Su divinidad, y aún así no tener ningún amor espiritual hacia Él.

Cuando preguntamos si Cristo es tu Señor, lo que realmente queremos preguntar es ¿Si Él, ocupa el trono de tu corazón y si reina actualmente en tu vida? “Cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53:6)
Este pasaje describe el camino que todos nosotros seguimos por naturaleza. Antes de la conversión cada alma vive para agradarse a sí mismo. Antes estaba escrito, “Cada uno hacia lo recto delante de sus ojos” y ¿Por qué?  “En estos días no había rey en Israel” (Jueces 21:25) ¡Eso es lo que queremos comunicar al lector! Hasta que Cristo no se convierta en tu Rey (1 Timoteo 1:17; Apocalipsis 15:3), hasta que no te rindas a su gobierno y hasta que Su voluntad no se convierta en la regla de tu vida, el ego te dominará y de esta manera niegas a Cristo.

Cuando el Espíritu Santo comienza Su obra de gracia en un alma, primero convence de pecado. El Espíritu me muestra la verdadera naturaleza miserable del pecado. El me hace consciente de que se trata de una rebelión, un desafío a la autoridad de Dios, mi voluntad contra la suya. El me enseña que en apartarme “por mi camino” (Isaías 53:6) y en agradarme a mí mismo, he estado luchando en contra de Dios. Cuando son abiertos mis ojos para ver la rebelión de toda mi vida, y observar cuán indiferente he sido respecto a la honra de Dios y cuánta falta de preocupación que he tenido por hacer su voluntad, me lleno de angustia, de horror y me maravillo de que el tres veces Santo no me haya arrojado al infierno antes. Lector, ¿Has experimentado esto? ¡Si no ha sido así, hay una razón muy grave para temer que estás muerto espiritualmente!

La conversión, la verdadera conversión, la conversión que salva es un volver del pecado hacia Dios en Cristo. Es abandonar las armas de mi lucha en su contra, es cesar de menospreciar e ignorar Su autoridad. La conversión del Nuevo Testamento se describe de esta manera; “Os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir (estar sujetos a, obedecer) al Dios vivo y verdadero,” (1 Tesalonicenses 1:9). “Un ídolo” es cualquier objeto al cual rendimos lo que solo le pertenece a Dios; el lugar supremo de prioridad de nuestros deseos, la influencia que moldea nuestros corazones, el poder que domina nuestras vidas. La conversión es una vuelta completa donde el corazón y la voluntad repudian al pecado, al ego y al mundo. La conversión genuina siempre se evidencia con “¿Qué quieres que haga?” (Hechos 9:6) Es un rendimiento total de nosotros mismos a su santa voluntad. ¿Te has rendido a él? (Romanos 6:13)

Hay muchas personas que desean ser salvos del infierno pero no quieren ser salvos de su voluntad propia, de apartarse de su propio camino ni de una vida, de cosas mundanas. Pero Dios no los salva según estas pautas. Para ser salvos debemos de someternos a sus exigencias. Escucha sus exigencias: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos; y vuélvase a Jehová [después de haberse rebelado en Adán], el cual tendrá de él misericordia,” (Isaías 55:7). Dijo Cristo: “Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todas las cosas que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14:33).

Los hombres tienen que ser convertidos de las tinieblas a la luz y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban la remisión de pecados y herencia entre aquellos quienes son santificados (Hechos 26:18).

“Por tanto de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en Él” (Colosenses 2:6) Esta es una exhortación a los cristianos y la implicación es que debemos de continuar como empezamos. Pero, ¿Cómo hemos comenzado? Por recibir a “Cristo Jesús el Señor,” por entregarse a Él, por someterse a su voluntad y por dejar de agradarse a sí mismos, todos los que eran sus deseos, ahora le pertenecen a Su autoridad y Sus mandamientos se han convertido en su regla de vida. Su amor los constriñe a una obediencia alegre y sin reserva. Ellos “se dieron primeramente al Señor,” (2 Corintios 8:5) ¿Has hecho esto mi querido lector? ¿Sí? ¿Se manifiesta en tu vida? ¿Lo pueden ver aquellos que te rodean, de que ya no vives para agradar a tu ego? (2 Corintios 5:15)

¡Oh, mi querido lector, no yerres en este punto: ¡La conversión que el Espíritu Santo produce es una cosa muy radical! Es un milagro de gracia. Es cuando se le entrona a Cristo en la vida de uno, es cierto que tales conversiones son muy raras. Multitudes de personas tienen suficiente religiosidad para hacerse miserables así mismos, ellos rehúsan dejar cada pecado conocido – y no hay una verdadera paz para un alma hasta que lo hace. Ellos nunca han “recibido al Señor Jesucristo,” (Colosenses 2:6). Si lo hubieran hecho, “El gozo del Señor sería su fuerza”, (Nehemías 8:10). Pero el lenguaje de sus corazones y sus vidas (no de sus labios) es, “No queremos que éste reine sobre nosotros” (Lucas 19:14). ¿Es éste tu caso?

El gran milagro de gracia consiste en transformar a un rebelde impío en un súbdito amoroso y leal. Es “una renovación” del corazón donde la persona ha llegado a aborrecer lo que antes amaba y las cosas que le parecían molestias antes, ahora le son muy queridas, (2 Corintios 5:17). “Según el hombre interior,” él se deleita en la ley de Dios (Romanos 7:22). Él descubre que los mandamientos de Cristo “no son gravosos,” (1 Juan 5:3), y que “En guardarlos hay grande galardón,”(Salmos 19:11). ¿Es ésta tu experiencia? ¡Tendría que ser si hubieras recibido a Cristo Jesús EL SEÑOR!

Pero el recibir a Cristo Jesús está más allá del poder humano. Esa es la última cosa que desea hacer el corazón no regenerado. Tiene que suceder un cambio sobrenatural en el corazón antes de que pueda existir el deseo de que Cristo ocupe su trono. Y ese cambio nadie puede hacer sino Dios (1 Corintios 12:3). Por lo tanto, “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano,” (Isaías 55:6). "Me buscaréis de todo vuestro corazón," (Jeremías 29:13). Lector, puede ser que hayas profesado a Cristo por muchos años y que hayas sido muy sincero en tu profesión. Pero si le ha agradado a Dios usar este escrito para  mostrarte  que nunca en verdad o con sinceridad has “recibido a Cristo Jesús el Señor,” si ahora en tu propia alma y consciencia te das cuenta de que EL EGO te ha gobernado hasta ahora, ¿No puedes ponerte de rodillas ahora y confesarle a Dios tu voluntad propia, tu rebelión en contra de él, y rogarle  que obre en tu vida para que de una vez, puedas entregarte por completo a Él y convertirte en su súbdito, su siervo, su amado esclavo en hecho y en verdad?

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